jueves, 3 de octubre de 2013

Crain, el último hombre.

Escribo estas palabras, sobre viejo papel, para dejar testimonio escrito de una vacía historia, que nadie volverá a leer.

Estamos dando la vuelta 2635 al sol desde que se empezaron a contar, al comienzo del cristianismo. Se podría decir que es invierno, aunque hace ya mucho que dejamos de hablar de los cambios de estación como cambios climáticos. Ahora solo hay estaciones frías o muy frías.

Mis pobres huesos no aguantarán mucho más, así que seré breve. No quisiera quedarme sin hacer esto, a pesar de que soy consciente de lo absolutamente inútil que es.

Todo empezó tímidamente, como con miedo. La medicina de comienzos del milenio alcanzaba logros impensables en la edad media. Se curaban y erradicaban enfermedad tras enfermedad. En doscientos años ya no había enfermedad infecciosa que se contagiara, y raro era el cáncer que no se detectaba a tiempo. Luego llegaron los años del control genético. Para el año 2421 la modificación extrema se legalizó. Fuimos muchos al principio, los que nos negamos a transformarnos para prolongar nuestras vidas, pero ellos vivían más. La excepción se convirtió en la norma. Los normales nos convertimos en extraños, olvidados en el mejor de los casos… perseguidos y castigados muchas otras veces.

Desde hace cincuenta años estamos en peligro de extinción. Los humanos hemos sido reemplazados por estos otros descendientes nuestros, extraños a nuestra naturaleza, a nuestra forma de nacer y morir. Ellos han elegido la inmortalidad a cambio de romper las reglas. Ya no se nace. Ya no se muere. Ya no se enferma. Ni siquiera puedes matarles sin que después les reconstruyan. Sus complejos cuerpos poco tienen ya de biológicos. Los que decidimos no modificarnos ni utilizar sus mantas protectoras de entropía hemos sido castigados por el planeta que un día nos vio comenzar a andar a dos patas, y por la imposible convivencia con la monstruosidad en la que ha degenerado la que fue nuestra raza.

Me gusta pensar que estas palabras están naciendo de mí, y que, al igual que yo, desaparecerán algún día, para nunca más ser leídas.

Soy Crain, el último hombre que va a morir.