miércoles, 18 de febrero de 2015

Dos amigos, una medicina.

Era el primer día de cole para Salviati. Estaba nervioso entre tanto alborotado niño desconocido. Tímido, se sentó en la primera silla que encontró. Todos se tranquilizaron cuando un señor muy alto entró en la clase y se presentó como "el profe". El niño que estaba a su lado enseguida le preguntó ¿Quieres ser mi amigo?, me llamo Simplicio. Claro! -contestó- yo Salviati.

Así empezó una amistad que les mantenía juntos todo el tiempo que podían, que entonces era mucho. Salviati era introvertido, distraído, curioso y encontraba un complemento ideal en Simplicio, que era extrovertido, fuerte y deportista.

- Sabes que si pusiéramos los vasos sanguíneos de un cuerpo humano seguidos darían 7 vueltas a la tierra -le decía Salviati.
- Qué cosas más raras dices, para que vas a hacer algo así... anda... vamos a jugar al futbol.

La infancia dio paso a la adolescencia y los dos amigos siguieron caminos muy diferentes. Simplicio pronto empezó a repetir cursos y en cuanto pudo dejó de trabajar. Sus padres tenían dinero y sentía su futuro a salvo. Además, no le gustaba nada estudiar. Salviati, en contra, se aplicaba mucho en sus estudios. Tenía claro que su camino estaba en la ciencia, y dedicaba todos sus esfuerzos en sacar buenas notas para poder optar a seguir estudiando. Su familia no tenía recursos, y sabía que dependía de las becas.

Cada vez se veían menos, aunque siempre que podían lo hacían y era como si lo hicieran todos los días. Simplicio le contó a su amigo que había dejado los estudios y que estaba trabajando en la empresa de su padre, que se dedicaba a la producción de cosméticos. Salviati para entonces ya estaba en la universidad estudiando biología, y destacando en sus calificaciones.

Era tan buen estudiante que pronto sus profesores se fijaron en él. Le concedieron una beca especial para poder doctorarse y seguir estudiando biofísica en California. De esta manera perdió contacto con su amigo, con quien ya no hablaba ni por su cumpleaños.

El final de su doctorado se mezcló con el comienzo de sus trabajos estudiando la arteriopatía periférica, una dolencia que afecta a la circulación de la sangre sobre todo en las piernas. Pasó cinco años en un grupo de trabajo en el que se atacaba desde distintas disciplinas de la ciencia las causas y el funcionamiento de esta enfermedad. Tras este periodo y teniendo un conocimiento preciso sobre la misma, llegó a una idea original sobre un posible tratamiento. Dedicó un año entero de duro trabajo para presentar su idea en el CSIC, el consejo superior de investigaciones científicas, con idea de poder desarrollar su tratamiento en España.

Después de una dura lucha consiguió que se aprobara su proyecto. Gracias a esto volvió a España donde dedicó otros dos años a confirmar que su idea alcanzaba el objetivo fijado y que era posible llegar a un medicamento. Después otro año más confirmando que era seguro para la salud de una persona, que no tenía efectos secundarios y los que se observaban no eran de gravedad.

La financiación del proyecto corría peligro de desaparecer. Salviati ya no podía renunciar a su enjuto sueldo y luchaba tratando con posibles inversores privados de farmacéuticas. A duras penas consiguió que se comenzaran los ensayos preclínicos, en los que durante otros cuatro años se probó su fármaco en modelos animales. Se confirmó cómo actuaba el fármaco sobre el organismo, como actuaba a su vez en organismo sobre el fármaco y si era seguro para la salud. Todo fue bien y se aseguró su viabilidad como medicamento.

La única empresa farmacéutica que se interesó por el fármaco habló con Salviati. Si quería seguir adelante con ensayos clínicos debía renunciar a cualquier tipo de patente. Así lo hizo, para él su trabajo era mucho más que dinero, así que empezaron las pruebas con personas, para determinar la dosis correcta, los efectos en humanos y las reacciones adversas. Otros cinco años de duro trabajo que terminaron con pruebas suficientes para avalar la eficacia de su, ahora ya si, nuevo medicamento para combatir eficazmente la arteriopatía periférica.

Él se sentía orgulloso. 21 años de duro trabajo ahora valdrían para que las personas con esta dolencia pudieran dejar de sufrir dolores y recuperaran el ritmo de sus vidas. Le había dado calidad de vida a otras personas ¿Qué mayor recompensa puede haber?

Un día despertó con un insoportable dolor de cabeza. No tenía ningún antiinflamatorio en casa, así que se acercó a la farmacia de su barrio. Mientras le atendían no pudo evitar que le absorbiera la conversación de otra clienta, que precisamente estaba solicitando el medicamento que él había conseguido hacer. Toda su alegría y orgullo contenido se volvió oscura sombra cuando la farmacéutica le ofreció un "medicamento homeopático", que aunque más caro, la gente está muy contenta con su resultado.

Salviati no pudo aguantar la rabia. -¡Cómo puede usted decir algo así!! Recriminó duramente a la farmacéutica que permaneció impasible, ante la atónita clienta. Salió de la farmacia sin su antiinflamatorio, pero ya no le hacían falta. La adrenalina hacía bien su trabajo. Subió rápidamente a su casa y buscó en internet el contacto de la empresa que fabricaba aquel burdo intento de fármaco, y aporreó un correo de agria protesta contra ellos. Quedó exhausto tras el visceral esfuerzo, y continuó con su día a día con mal sabor de boca.

Tanto tiempo luchando para conseguir algo que ahora se despreciaba de esa forma tan incomprensible. Se puso en contacto con sus conocidos en CSIC que coincidían al decirle que nada se podía hacer, ya que el negocio de la homeopatía, como el de tantas otras "no medicinas" era legal, pues aunque no han demostrado que sean eficaces como medicina, no causaban daños a la salud, y se vendían libremente.

Le habían dado donde más dolía, así que se presentó en persona en las oficinas de aquella empresa. Eran ciertamente intimidantes, por el lujo que derrochaban por todos lados. Preguntó en recepción por el director y explicó quién era y porqué estaba allí. El recepcionista, intentando no alterar más a aquel desconocido que parecía tan rotundo, le pasó el recado al director, que coincidía ese día había ido a trabajar. -Enseguida le recibirá, por favor espere aquí.

Poco después le indicaron que ya podía pasar. Nunca en su vida podría haber imaginado lo que le iba a pasar, ni en sus peores pesadillas ocurría nunca nada tan estremecedor. Al abrir aquella gran puerta de madera noble, sentado en un sillón opulento, estaba su amigo Simplicio, a quien hacía ya 22 años que no veía.

El rostro de Simplicio pasó de expresar tensión a la más sincera de las incredulidades. Salviati tomó asiento sin poder retirar la mirada de su amigo y sin poder cerrar completamente su boca.

- Sim: Pero.... ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado?
- Salv: No!.. si es que yo.. no sabía que trabajabas aquí.. ha sido una casualidad.
- Sim: No me digas.. increible.. no puede ser...

Se hizo un eterno silencio de apenas dos segundos.

- Sim: Estas muy viejo -reaccionó diciendo mientras esbozaba media sonrisa-
- Salv: Ja!.. cierto, han pasado muchos años.
- Sim: Bueno, cuéntame qué tal te ha ido.
- Salv: Peor que a ti por lo que veo. Desde que me fui a California he estado trabajando en un nuevo fármaco para la arteriopatía periférica. Hace ya muchos años que conseguí volver a España y convertirlo en un nuevo medicamento. Cuál es mi sorpresa cuando descubro que tu empresa comercializa un ungüento que asegura conseguir los mismos efectos.
- Sim: Hee... je... ya sabes cómo es esto. El negocio de los cosméticos se ha visto muy afectado por la crisis y homeopatía nos está reflotando. Creo que para la arteriooo esa que has dicho vendemos algo, sí. Pero no hace daño a nadie, de verdad.
- Salv: ¿De verdad crees que las personas que no sigan el tratamiento y se den tu crema no van a tener ningún perjuicio?
- Sim: Esta medicina tiene su antigüedad, sabes, y a mucha gente le va bien. Además nadie ha demostrado que no funcione.
- Salv: ¿QuÉ??? No, este universo no funciona así. No hay que demostrar que las cosas no funcionan y mientras creer que si lo harán. O lo haces al revés, o lo único que consigues es engañarte. ¿Yo puedo decir que soy dios, ya que nadie ha demostrado que no lo sea? ¿Crees que el agua con azúcar puede curar alguna enfermedad solo porque nadie haya tomado la molestia de demostrar que no funciona? Es totalmente negligente. ¿Eres capaz de comparar 21 años de estudios científicos metodológicos con un "nadie ha demostrado que no funcione"?
- Sim: Mira, yo no pongo las normas, solo intento mantener una empresa. Ya veo que sigues igual que siempre.
- Salv: Sí. Tú también estás igual. Siempre por el camino fácil.

Salviati se levantó de su silla. Comprendió que se había equivocado yendo allí.

- Sim: No te pongas así quédate y charlamos tranquilamente tomando un café
- Salv: No, lo siento. Vendré a verte cuando esté más calmado. Me alegro de haberte encontrado.

Salió a la calle como de vuelta de un viaje a otro planeta. Por su cabeza pasaba cada día de trabajo y sacrificio, cada muralla que había tenido que superar, cada euro al que había renunciado...

Comprendió que su trabajo no había terminado.




jueves, 22 de enero de 2015

Masoquismo inteligente

¿Masoquismo inteligente? El masoquismo se podría definir como obtener placer al maltratarte ¿Puede ser eso inteligente? ¿Puede este título tener algún sentido?... yo creo que sí... a ver si consigo convencerte.

Nuestro cerebro es una máquina increíble. No hay duda de que todo su trabajo es fascinante, pero vamos a fijarnos en una de sus propiedades, que es la de ahorrar energía.

Toda operación a ejecutar por nuestro cerebro tiene un objetivo, pero la maquinaria del propio cerebro esconde otro: hacer todo lo posible por realizar el trabajo, pero establecer todos los mecanismos posibles para poder hacerlo con la mínima energía.

En su afán economizador las tareas parecidas o repetidas son rápidamente automatizadas, y ejecutadas subconscientemente para no cargar de este trabajo al consciente.

De esta forma conseguimos conducir, sacar un café de una máquina o coger las llaves antes de salir de casa robóticamente, sin pensar en ello.

Es sin duda una maravilla evolutiva más de esa gran máquina que es nuestro cerebro, pero tiene un lado negativo. Un cerebro que gaste menos energía es un individuo que lo tiene más fácil para sobrevivir, pero esta estrategia esconde un fantasma que nos impide ser todo lo felices que deberíamos ser ¿cómo pasa esto?

En nuestra vida diaria, en nuestro día a día, disfrutamos de muchos mini-placeres cotidianos. Abrir un grifo y que salga agua, sentarnos sobre una silla cómoda, poder abrigarnos cuando tenemos frío, tener un váter a mano, dormir en una cama y muchas cosas más, que son realmente importantes y vitales para nosotros, pero que al ser terriblemente frecuentes y cotidianas pasan totalmente desapercibidas para nosotros.

Es un mal que tiene difícil cura, luchar contra esta tendencia es realmente duro e insostenible a largo plazo.

Bien, pues como casi todos los Enero desde hace 17 años he asistido a Pingüinos (motauros), una concentración motera que se celebra en Tordesillas, Valladolid, junto al río Duero. Es un fin de semana para estar de fiesta con los amigos, pero es un fin de semana en el que paso frío, duermo incómodo sobre el suelo, me crujo las costillas cargando leña y trabajo alimentando un fuego que no parece tener fin. Vivo momentos mágicos (y no me refiero a nada místico) frente a ese fuego, y me ayuda mucho a pensar. Este año me pregunté el porqué de todo aquello una vez más, y llegué a una nueva respuesta: El masoquismo inteligente. Privarme durante 24 horas de todas las comodidades cotidianas, echar de menos una simple silla durante horas, darme cuenta muy vivamente de lo bien que se duerme en una cama, echar muy fuertemente de menos a mi familia, y el reencuentro con mi váter no son la cura definitiva, pero si efectiva para volver a poner a 0 el contador de la rutina y poder ser justos con la felicidad que nos deben proporcionar todos estos grandes pequeños placeres.